
Nada más subir al tren, saqué de mi maleta una hoja arrugada y un bolígrafo mordido, metiéndome sin miramientos la capucha en la boca. Pies y dientes planos.
Empecé a garabatear más que escribir todo aquello de lo que era capaz de acordarme, en dos columnas. Lo bueno y lo malo.
Me quedé dormido llorando con el papel doblado dentro de mi mano hecha puño. No lo solté en todo el trayecto..
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